13 mar 2008

Mi casa y Yo serviremos a Jehová


De izquierda a derecha:Justicana Valle, Araceli Valle, Bruno Valle, María González (nuestra madre) Janeth Valle, y el menor de nosotros, José Ramón Valle.
Desde que llegué al Señor en 1986, ha sido una de mis principales metas granar a más personas para Cristo, y por supuesto, mi propia familia. En la actualidad, de los 13 integrantes de mi familia paterna, (mi mamá y papá, mi abuela, la cual ya está con el Señor, y nosotros, 10 hermanos) hemos sido convertidos 12. Solamente falta uno de mis hermanos, por el cual también estamos orando.

En el año 2005 inicié una congregación con la ayuda de varios hermanos, y parte de mi familia, entre ellos algunos de mis hermanos, mi papá y mamá, y también varios de mis sobrinos. En la actualidad la congregación que iniciamos cuenta con un promedio de 65 miembros adultos activos, más 40 niños, y un promedio de 7 amigos que nos visitan dominicalmente.

Uno de los privilegios que el Señor me ha dado, es tener a parte de mi familia trabajando por la misma causa: mis tres hermanas, mi hermano menor, y mi madre, además de tres sobrinos varones que trabajan activamente en nuestra iglesia, dos de ellos estudian la Biblia en un instituto interno en el interior del país.

Puedo decir con toda firmeza, como lo dijo Josué: Mí casa y yo serviremos a Jehová. Parte de mi familia está conmigo en esta congregación, pero el resto sirven en sus respectivas congregaciones en la ciudad de Managua. Creo que junto con la responsabilidad de dirigir una iglesia, Dios me ha dado el privilegio de tener a mi familia sirviendo también en el reino.



Una Bonita Conversión.


Fui bautizado a los 16 años, en 1986. La mujer que habló conmigo sobre Jesús me repitió varias veces una promesa que se encuentra en las sagradas escrituras: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Hch.16:31. Nunca imaginé cuán poderosa sería esta palabra en mi vida.

Al convertirme, lo que recibí en mi casa fueron reproches. Mi abuela fue la primera persona en oponerse a mi nueva condición espiritual; su apego a la tradición católica era grande, y mi conversión le ofendía en gran manera. Pero sólo el tiempo con su paso letargo y lejano se encargaría de darme la razón, pero sobre todo, Dios, y no solo en mi beneficio sino también para el beneficio de toda mi familia. Esto lo digo por el milagro que Dios me ha permitido ver en mi vida y en mi familia.

Nosotros somos una familia de 13 personas: diez hermanos, mi papá, mi mamá y mi abuela, que ya está con el Señor. Yo fui el primero en conocer a Jesús y entregarme a él. Dos años después de mi conversión, mi abuela me siguió en el camino de la eternidad. Entre 1989 y 1995, se convirtieron 3 de mis hermanos mientras yo estaba viviendo en Costa Rica. Al regresar a Nicaragua, en 1996, vi el nacimiento espiritual de mi madre y eso fue una de las alegrías más grandes que pude tener al regresar a mi patria, ya que al pasar tanto tiempo fuera de mi país, nada me era más grato y consolador que ver a mi madre seguir mis pasos tras las huellas de Jesús.

Predicando en una campaña evangelística en 1997, dos de mis hermanas obedecieron el mensaje del evangelio, ahora ellas trabajan conmigo en la iglesia que dirijo. Varios años después, en 1999, fui testigo de la conversión de mi padre y dos de mis hermanos. Hasta esa fecha, de las 13 personas que componíamos la familia paterna, 11 habíamos ingresado en las filas del cristianismo.

Para el año 2003, viajé a Estados Unidos, donde viví por unos meses. Al regresar, hablé con mi hija Natalia, y le dije que consideraba que ya era tiempo de bautizarla. Para esa fecha ella tenía 11 años de edad. Nunca había bautizado a nadie. Realmente no quería hacerlo, porque deseaba tener la bendición que cuando bautizara por primera vez, fuera a mi hija. Así que nos pusimos de acuerdo, y el 2 de noviembre del 2003, mientras yo predicaba por la mañana en aquella gran iglesia donde éramos miembros, ella pasó al frente de la multitud y confesó creer en Jesús. Ese día bauticé a mi hija y a tres personas más que se entregaron al Señor.

Cuando veo hacia atrás, veo tan lejano el día en que me convertí, y también logro ver muchísimas cosas que han pasado en estos 20 años de cristianismo. ¡QUÉ FELIZ HE SIDO! ¡Cuántas maravillas me faltan aún por vivir!

Mientras predicaba el 1 de Julio de este año en nuestra congregación, mi hermana, la que es mayor que yo, se puso de pie, caminó hacia mí, y llorando y abrazándome, me dijo que quería ser bautizada. Detrás de ella venía su esposo, que también confesó el nombre de Jesús esa noche. Mi hermana, mi querida hermana con quien tengo recuerdos gratos de mi infancia, momentos que se quedaron en el pasado y en la mente como recuerdos infinitos de una infancia feliz, turbulenta, de una infancia de la cual no tenemos más que lindos recuerdos, en medio de la pobreza, las necesidades y la alegría de saber que teníamos a padres que nos amaban y se preocupaban por nosotros.

Este año he bautizado a muchas personas, pero haber bautizado a mi querida hermana fue una de las bendiciones más bellas que Dios me ha dado, y es a la vez una confirmación de lo que él está haciendo en nuestra congregación.
Por último, quiero recalcar que yo fui el primero en convertirme a Jesús de una familia de 13 personas, y que actualmente, somos 12 convertidos al cristianismo. Falta uno de mis hermanos. Pero la promesa de hechos 16:31, para mí salta de las páginas de la Biblia y se me hace cada vez más notoria. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Y me digo: si eso pasa cuando un hijo se convierte, ¿Qué no pasará cuando la cabeza del hogar conoce a Jesús?

Bruno Valle G.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios le continue bendiciendo muy grandemente amado Pastor,doy Gloria a Dios por las cosas grandes que ha hecho en su familia y que seguirá haciendo,adelante con Cristo.

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