3 ene 2011

¡CUMPLIMOS SEIS AÑOS!

Una hermosa celebración fue la que tuvo la iglesia de Cristo en "Las Jagüitas", Managua, Nicaragua, el pasado domingo 02 de Enero, ya que por la gracia y bendición del Señor, arribamos a nuestro sexto aniversario.
Hubo una concurrencia de 130 personas en total, un culto lleno de emoción espiritual, y luego, un almuerzo, y para completar la bendición y afirmar nuevamente el respaldo de Dios a esta obra, dos personas se entregaron al Señor, un joven matrimonio compuesto por Mauricio y Julia, nuestros queridos hermanos.
El Señor continúa bendiciendo a su pueblo acá en Managua, y continuará hasta la eternidad.

28 nov 2010

GRANDES NOTICIAS DESDE NICARAGUA

Seis almas fueron Agregadas al Ejército de Cristo el pasado 13 de Noviembre de 2010. Ellos son:

Enoc Abraham Valle Mendoza.
Virginia Espinoza
Susana González
Kiara González
Joni Taylor
Marisol Leiva

20 jun 2010

Inicio de Cultos de Adoración en comarca “Las Jaguitas”, Managua, Junio 20, 2010.




















Con una asistencia de 125 personas, 95 adultos y 30 niños, dimos inicio a los cultos de adoración en la comarca "las jaguitas", Managua, este domingo 20 de Junio.
Después de 5 años orando para ser bendecidos con una propiedad, finalmente el sueño se hizo realidad, por medio de la confianza en el Señor, las oraciones, y nuestras ofrendas. Ahora nuestra meta es poder alcanzar a un gran número de personas con el evangelio de nuestro Señor Jesús.











13 mar 2008

Mi casa y Yo serviremos a Jehová


De izquierda a derecha:Justicana Valle, Araceli Valle, Bruno Valle, María González (nuestra madre) Janeth Valle, y el menor de nosotros, José Ramón Valle.
Desde que llegué al Señor en 1986, ha sido una de mis principales metas granar a más personas para Cristo, y por supuesto, mi propia familia. En la actualidad, de los 13 integrantes de mi familia paterna, (mi mamá y papá, mi abuela, la cual ya está con el Señor, y nosotros, 10 hermanos) hemos sido convertidos 12. Solamente falta uno de mis hermanos, por el cual también estamos orando.

En el año 2005 inicié una congregación con la ayuda de varios hermanos, y parte de mi familia, entre ellos algunos de mis hermanos, mi papá y mamá, y también varios de mis sobrinos. En la actualidad la congregación que iniciamos cuenta con un promedio de 65 miembros adultos activos, más 40 niños, y un promedio de 7 amigos que nos visitan dominicalmente.

Uno de los privilegios que el Señor me ha dado, es tener a parte de mi familia trabajando por la misma causa: mis tres hermanas, mi hermano menor, y mi madre, además de tres sobrinos varones que trabajan activamente en nuestra iglesia, dos de ellos estudian la Biblia en un instituto interno en el interior del país.

Puedo decir con toda firmeza, como lo dijo Josué: Mí casa y yo serviremos a Jehová. Parte de mi familia está conmigo en esta congregación, pero el resto sirven en sus respectivas congregaciones en la ciudad de Managua. Creo que junto con la responsabilidad de dirigir una iglesia, Dios me ha dado el privilegio de tener a mi familia sirviendo también en el reino.



Una Bonita Conversión.


Fui bautizado a los 16 años, en 1986. La mujer que habló conmigo sobre Jesús me repitió varias veces una promesa que se encuentra en las sagradas escrituras: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Hch.16:31. Nunca imaginé cuán poderosa sería esta palabra en mi vida.

Al convertirme, lo que recibí en mi casa fueron reproches. Mi abuela fue la primera persona en oponerse a mi nueva condición espiritual; su apego a la tradición católica era grande, y mi conversión le ofendía en gran manera. Pero sólo el tiempo con su paso letargo y lejano se encargaría de darme la razón, pero sobre todo, Dios, y no solo en mi beneficio sino también para el beneficio de toda mi familia. Esto lo digo por el milagro que Dios me ha permitido ver en mi vida y en mi familia.

Nosotros somos una familia de 13 personas: diez hermanos, mi papá, mi mamá y mi abuela, que ya está con el Señor. Yo fui el primero en conocer a Jesús y entregarme a él. Dos años después de mi conversión, mi abuela me siguió en el camino de la eternidad. Entre 1989 y 1995, se convirtieron 3 de mis hermanos mientras yo estaba viviendo en Costa Rica. Al regresar a Nicaragua, en 1996, vi el nacimiento espiritual de mi madre y eso fue una de las alegrías más grandes que pude tener al regresar a mi patria, ya que al pasar tanto tiempo fuera de mi país, nada me era más grato y consolador que ver a mi madre seguir mis pasos tras las huellas de Jesús.

Predicando en una campaña evangelística en 1997, dos de mis hermanas obedecieron el mensaje del evangelio, ahora ellas trabajan conmigo en la iglesia que dirijo. Varios años después, en 1999, fui testigo de la conversión de mi padre y dos de mis hermanos. Hasta esa fecha, de las 13 personas que componíamos la familia paterna, 11 habíamos ingresado en las filas del cristianismo.

Para el año 2003, viajé a Estados Unidos, donde viví por unos meses. Al regresar, hablé con mi hija Natalia, y le dije que consideraba que ya era tiempo de bautizarla. Para esa fecha ella tenía 11 años de edad. Nunca había bautizado a nadie. Realmente no quería hacerlo, porque deseaba tener la bendición que cuando bautizara por primera vez, fuera a mi hija. Así que nos pusimos de acuerdo, y el 2 de noviembre del 2003, mientras yo predicaba por la mañana en aquella gran iglesia donde éramos miembros, ella pasó al frente de la multitud y confesó creer en Jesús. Ese día bauticé a mi hija y a tres personas más que se entregaron al Señor.

Cuando veo hacia atrás, veo tan lejano el día en que me convertí, y también logro ver muchísimas cosas que han pasado en estos 20 años de cristianismo. ¡QUÉ FELIZ HE SIDO! ¡Cuántas maravillas me faltan aún por vivir!

Mientras predicaba el 1 de Julio de este año en nuestra congregación, mi hermana, la que es mayor que yo, se puso de pie, caminó hacia mí, y llorando y abrazándome, me dijo que quería ser bautizada. Detrás de ella venía su esposo, que también confesó el nombre de Jesús esa noche. Mi hermana, mi querida hermana con quien tengo recuerdos gratos de mi infancia, momentos que se quedaron en el pasado y en la mente como recuerdos infinitos de una infancia feliz, turbulenta, de una infancia de la cual no tenemos más que lindos recuerdos, en medio de la pobreza, las necesidades y la alegría de saber que teníamos a padres que nos amaban y se preocupaban por nosotros.

Este año he bautizado a muchas personas, pero haber bautizado a mi querida hermana fue una de las bendiciones más bellas que Dios me ha dado, y es a la vez una confirmación de lo que él está haciendo en nuestra congregación.
Por último, quiero recalcar que yo fui el primero en convertirme a Jesús de una familia de 13 personas, y que actualmente, somos 12 convertidos al cristianismo. Falta uno de mis hermanos. Pero la promesa de hechos 16:31, para mí salta de las páginas de la Biblia y se me hace cada vez más notoria. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Y me digo: si eso pasa cuando un hijo se convierte, ¿Qué no pasará cuando la cabeza del hogar conoce a Jesús?

Bruno Valle G.

10 jul 2007

JESÚS LA PUDO TRANSFORMAR


Aquella noche que la vi, enferma y debilitada, sentí tristeza. Nunca la imaginé de esa forma. Realmente era otra persona. Los recuerdos que de ella tengo en mi infancia, son de una mujer fuerte, regia de carácter, de gran temperamento. Así era mi abuela, quien se dio a la tarea de criarnos a todos sus nietos, hijos del único hijo que le quedaba. En total tuvo que criar diez. A los ochenta y cinco años el tiempo había terminado con sus fuerzas, y se había convertido solo en un suspiro de lo que fuera treinta años atrás.

Con mi primo, por las madrugadas, salíamos al molino, unas tres cuadras al sur de donde vivíamos, con el maíz para la tortillería con la cual mi abuela ayudaba a la economía del hogar. Aunque era difícil para mí salir en las madrugadas con el pequeño carretoncito y mi primo rumbo al molino, me encantaba el regreso, pues Ramón, así se llamaba él, me traía a buen paso montado en el pequeño aparato rodante, ya con la masa preparada para la faena del día de mi abuela.

Doña Justina, así la llamaban. Era cosa seria discutir con ella. Tengo entendido que se sacó la lotería unas tres veces, y que a su segundo marido le decía “bigotes”. Esa mujer que me crio y ayudó en mi sustento y el de mis otros hermanos, celebraba la purísima cada año el 7 y el 8 de diciembre(1). Era la tradición familiar que ella mantuvo hasta el año de 1988. Ese año, todas las cosas cambiarían por completo en su vida.

Para ese tiempo yo contaba unos 18 años, y una mañana de domingo que volvía de la ciudad de Masatepe de predicar en una pequeña iglesia de aquella comunidad, mi abuela se me acercó y me dijo: “Ya soy bautizada”. Había creído en el Señor. Días atrás comenzó a asistir a la misma congregación donde yo estaba. Para mi alegría, ella se convirtió aquella mañana en la que yo estaba fuera de la congregación. Sin embargo, confieso que me hubiera gustado verla caminar hacia el estrado, pararse junto al predicador, y decir la famosa frase que acostumbramos en la iglesia de Cristo: “Creo que Cristo es el Hijo de Dios.” Recordar ese momento hubiera sido uno de los mejores tesoros en mi mente, pero posiblemente mejor será imaginarlo. Me hubiera gustado verla humilde, sencilla, reconociendo su necesidad de Dios, procurando alcanzar a Jesús de una vez por todas.

Al inicio de su conversión me preocupaba mucho por ella: su vocabulario no había mejorado. Sin embargo, mi madre espiritual, la mujer que me entregó en los brazos de Cristo, tuvo el atino de decirme: “tengamos paciencia con ella, que está comenzando, con el tiempo, todo eso cambiará”. Y cuanta razón tenía mi madre en Cristo. No mucho tiempo después, su carácter, su conducta, su energía se fueron sometiendo al abrigo del Espíritu Santo.

Era muy fiel cada domingo en los cultos. Cuando había la oportunidad, comenzaba a saludar a todos los hermanos que podía. Era muy sencilla, y aunque nunca aprendió a leer, nos demostró que comprendió el mensaje de Jesús.

Sé que me quiso montones, montañas de montones de amor. Creo que fui uno de sus nietos favoritos. Ella y yo fuimos los dos primeros cristianos de nuestra casa. El segundo domingo que decidí asistir a la iglesia de Cristo, me reclamó. Me preguntó que si había decidido convertirme en evangélico. Le dije que no, que solamente me invitaron a estar en aquella iglesia y nada más. Pero en su inmensa sabiduría, Dios sabía cuál era su plan eterno con nosotros. Y allí comenzó una larga lista de conversiones en nuestro hogar.

Me vienen a la memoria los días en los que mi esposa, ella y yo, salíamos los domingos a la iglesia para estar con nuestro Señor. Aunque mi abuela se había comportado como mi enemiga en materia de religión antes de su conversión, terminó siendo mi aliada para lograr la conversión de la mayoría de los de nuestra familia. De eso acá han pasado ya 24 años, sin embargo, el entusiasmo espiritual de mi abuela se mantuvo intacto hasta el último momento.

Para 1995, una grave infección en una de sus piernas, obligó a los médicos a amputarle la pierna enferma. Mientras eso pasaba, yo estaba en Costa Rica con mi familia, y al volver, vi sus lágrimas de alegría al verme nuevamente y abrazarme. Le faltaba una parte de su cuerpo, pero su alma estaba intacta, alegre, sonreía. A pesar de quedarse viviendo en una silla de ruedas, su sentido del humor no cambió, e incluso, algunas veces cuando podía, ayudaba desde su silla en los quehaceres de la casa. Cuando yo llegaba a casa y la miraba sentada, frente a la puerta, me gustaba decirle su nombre completo, Justina María Mejía, y le añadía, “viuda de Valle”, pero ella respondía que no, que aún lo amaba, y que para ella no estaba muerto, que él vivía en su corazón, para luego reírse a carcajadas.

Yo fui bautizado el 9 de noviembre del año 1986, cuando contaba apenas 16 años. Aunque al inicio fue mi fiera contendora en materia religiosa, dos años después de mi conversión, ella fue bautizada para el perdón de sus pecados, aquella mujer que me crio, pero que yo vi nacer desde las aguas bautismales en 1988. Los últimos 12 años de su vida se mantuvo postrada en una silla de ruedas, sin que eso medrara su ánimo y su fe en Jesús. Después que ella se convirtiera, siguió mi madre, mis hermanos, mi padre, y ahora, mis hijos se están convirtiendo, para ver cumplida de esa forma la impresionante promesa que se encuentra en las Escrituras eternas: “Cree tú y serás salvo tú y tu casa”, Hch.16:31.

El 6 de marzo del 2007 se fue con Jesús, y desde ese día he pensado en ella a diario, cómo me amaba, cómo iniciamos la vida cristiana casi juntos, para luego ver al resto de nuestra familia agregarse al reino de Dios. En algunas ocasiones, al llegar a casa, he olvidado que se fue, y hago el intento de ir a saludarla, para recordar casi de inmediato que ya murió.

Muchas personas dicen que cuando estén en el cielo, buscarán allá a sus seres queridos, olvidando que cuando dejamos el cuerpo, lo del mundo ya no importará, ni la familia, ni lo que aquí queda. En la eternidad lo que importará será adorar a Dios. Allá no estaremos buscando a nadie, porque la presencia de Dios nos absorberá por completo. Sin embargo, cuánto desearía que fuera cierta esa idea, y volver a ver su rostro alegre, su cuerpo completo, su vista restaurada y su boca alabando al Dios Santo y sin igual.

De una cosa estoy seguro: por la entrega y conversión de mi abuela a nuestro Señor Jesús, su existencia en la eternidad será una brasa encendida en el incensario de Dios que arderá en alabanza eterna al que vive por todos los siglos.


[1] “La Purísima” es la celebración anual que en Nicaragua se realiza a María, la madre de Jesús, en una especie de adoración a ella. Muchas personas salen todos los 7 de diciembre en pequeños o grandes grupos a cantar por las calles de Nicaragua en altares con imágenes de María que son colocadas en algunas casas de tradición católica. A los que cantan a la imagen se les reparte al final de los cantos golosinas, refrescos y hasta alimentos preparados.

9 may 2007

ALLÍ ESTÁ JESÚS...

El domingo 6 de mayo asistió a congregarse con nosotros Concepción Sequeira, una mujer joven de unos 30 años. Después de constantes invitaciones de una de nuestras hermanas, por fin decidió visitarnos. Pero concepción está enferma, y a ciencia cierta, ni ella misma sabe qué es lo que tiene.

El día martes 8 de mayo fuimos un grupo de hermanos a visitarla y orar por ella. En esta parte es donde me quiero confesar: traté de conocer un poco sobre ella, hablamos alrededor de una hora, y supe que estaba muy desanimada, y seguramente echándole la culpa al Señor de su situación. Para colmo de males, su esposo quedó sin trabajo hace una semana, y los problemas se han agudizado para esa familia. Sin embargo, sentí la convicción de orar con mucha confianza por ella. Un sentimiento especial me llenó antes de realizar la oración, fue un sentimiento de alegría, de confianza. Me sentí emocionado antes de iniciar esa oración por aquella mujer que reflejaba en sus ojos la desesperación de salir de la situación en que se encuentra de cualquier modo. Vi en su rostro que para ella, cualquier cosa es buena si puede restablecerse. Pero mis pensamientos van más allá de una simple estrategia para ganar adeptos: en ese momento puse los ojos en el todopoderoso, ese que “llama a las cosas que no son, como si fueran” Ro.4:17.


Le dije a Concepción que quería orar por ella, pero sentí la necesidad de arrodillarme y tomar sus manos. Lo hice, y pedí a los demás hermanos que hicieran un círculo y se tomaran de las manos para que juntos eleváramos esa plegaria. Mientras oraba, me estremecí. Sentí un profundo gozo por estar en ese momento intercediendo a Dios por esa mujer y por su esposo. Le pedía al Señor que la sanara, que le diera un buen trabajo a su marido, y que también sanaran sus almas. Como dios “llama a las cosas que no son, como si fueran”, es decir, hace que las cosas sean una realidad aunque no las estemos viendo, oramos bajo la convicción de la sanidad de Concepción.


Cuando salimos de ese hogar, un pensamiento vino a mí: hemos tenido muchos casos difíciles en nuestra congregación, ¿qué es lo que quiere enseñarnos el Señor? ¿Por qué pone en nuestro camino tantas personas llenas de necesidades y llenas de aflicciones? ¿Qué debemos hacer? Estoy persuadido de que Dios trabaja por medio de nosotros, pero quiere hacer de nosotros personas sensibles al dolor y al sufrimiento humano. En cada enfermo que visitamos, cuando ayudamos a alguien que está en necesidades, cuando visitamos al que está en la cárcel, cuando consolamos al abatido, cuando damos refugio al forastero, Jesús está allí. En la enfermedad de esa mujer, allí está Jesús. Y todas las veces que la visitemos y oremos por ella, allí estará Jesús, porque él conoce el sufrimiento que tiene, sabe que necesita una mano amiga, palabras de consuelo. Cada hombre, mujer, anciano o niño necesitado, ES JESÚS. En cada necesidad está Jesús.

Mientras escribo esta nota, tengo unos minutos de haber llegado de un hogar: una familia de nuestra iglesia está pasando problemas económicos, fui con otros hermanos a dejar algunos víveres. La hora no era conveniente, 8:00 PM. El lugar no era conveniente, un barrio catalogado como peligroso. Pero, ¿acaso podemos pasar de lejos por las necesidades? Los religiosos si lo hacen, por eso es que la religión es un veneno. El religioso encuentra reglas, razones para condenar, para posponer las obras que son demandadas por el prójimo. Los cristianos no, acudimos independientemente de las circunstancias y a costa de nuestro propio confort y seguridad para socorrer al que está atribulado.


Jesús habló sobre el juicio de las naciones y el argumento que utilizará para condenar o salvar será: “reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer;  tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento.  Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme. Mt.25:34-36. el argumento para desheredar a los impíos es el mismo, pero al contrario: no hicieron ninguna de estas cosas por los necesitados. Estos impíos, sin ninguna duda, eran personas religiosas, que dijeron al Señor, según el relato, que merecían estar con él, porque si lo hubieran visto personalmente en necesidades, lo hubieran ayudado, vs.44-46. Jesús termina cada argumentación también de la misma forma: Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron. En conclusión, según el Señor, seremos juzgados por el trato que demos a los demás.

Una de las razones por las cuales el rico de la historia de Jesús, (Lc.16:19-31) llegó a parar directamente al infierno, fue la indiferencia que éste tuvo con la necesidad de Lázaro. Los religiosos se preocupan más por las reglas y las normas que por el ser humano, como los protagonistas de la parábola del buen samaritano, el sacerdote y el levita, quienes pasaron de lejos ante la urgente necesidad de un hombre moribundo, Lc.11:25-37. Jesús confrontó a un joven rico, Mt.19:21, con su amor desmedido al dinero versus las necesidades de los pobres. Aunque era un gran religioso, Mt.19:20, por medio del reto, Jesús le demostró que realmente él amaba más sus riquezas que a Dios y su reino, porque Dios y su reino se manifiestan en la necesidad.


Cristo rompe con todas las normas religiosas y socorre al hombre de la mano tullida, Mr.3:1-6. Este relato aparece en los tres evangelios sinópticos, pero en el de Marcos se registra el enojo de Jesús contra los fariseos de ese entonces, y la pregunta que él les hace sobre hacer el bien o no pasando sobre las normas religiosas condena la actitud de aquellos hipócritas que esperaban recoger argumentos contra el Señor. Con la curación del hombre, el Señor demuestra lo que está adelante: la misericordia y no las reglas.


Conozco muchísimas iglesias que gastan miles de dólares en comida, en patrocinar viajes para grupos enteros gastando 30 mil, 40 mil, y más miles de dólares, o para embellecer sus edificios, cuando lo fundamental es la predicción y el socorrer al afligido. Muchos líderes de iglesias parecen haber olvidado lo más importante, e invierten muchísimo tiempo en reuniones para acusarse los unos a los otros o para descalificar a quienes no comulguen exactamente con sus interpretaciones de la Biblia. Si alzamos nuestros ojos al mundo religioso, sentiremos desesperación y deseos de gritar de angustia.


Pablo dice que no nos cansemos de hacer el bien, Gá.6:9. Incluso, clavado en la cruz, Jesús pensó primero en el que estaba crucificado junto a él, y en los que quedaban en el mundo: “de cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso… mujer he ahí tu hijo, eh ahí tu madre”. Lc.23:43; Jn.19:26,27.

¿Acaso el cristianismo verdadero es un conjunto de reglas, normas y doctrinas que ciegan al hombre frente a las demandas de las aflicciones humanas? ¿Es acaso fácil lo que nos propone el cristianismo verdadero sobre la entrega que debemos tener hacia los demás? No es fácil, pero es necesario. Cuesta, pero satisface cuando hemos socorrido al necesitado. No es fácil bañar a un anciano inmóvil; como tampoco es agradable dejar el confort del hogar para socorrer con víveres a altas horas de la noche a una familia entera que no tienen qué comer. Es triste ver cómo una persona agoniza ante las lágrimas de sus familiares. ¿Cómo podemos consolar a una madre que ha perdido a su hija después de muchos meses de aflicción? Necesitamos sentir un poco el dolor ajeno, orar por los que lloran, sentir las emociones del abandonado y el afligido, ser un poco como Jesús, que está en cada una de esas necesidades.


Al final de la historia mundial, de la humanidad, podremos escuchar la voz del compasivo eterno diciéndonos: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” Mt.25:40. Si alguien está enfermo, si alguien está con hambre, si tenemos la oportunidad de ayudar al que lo necesita, no dudemos ni un segundo en socorrer, porque allí está Jesús.



7 may 2007

PARTIÓ PARA ESTAR CON SU SALVADOR

Hace algunos meses conocí a Lila morales, mujer robusta, de unos 55 años de edad. Estaba enferma, pero tenía la esperanza de recuperarse después de ser operada. Sin embargo, su historia fue distinta.

Yo estaba convencido que su mal era patológico, pues cuando la visité por primera vez, pude notar lo ensimismada que estaba. Los hermanos y yo comenzamos a orar con entusiasmo por ella, pidiendo a Dios de todo corazón su recuperación, y por supuesto, también la conversión de su alma.

Pasaron algunos meses y la condición de Lila empeoraba. Tiempo después de reencontrarme con ella, noté que ya no se podía mover como el primer día que la vi. Su estado era lamentable, pero aún así, ella no decidía convertirse.

Hace unos dos meses, sentí la necesidad de emprender oraciones por ella de manera más consistente. Decidimos visitarla diariamente y demostrarle nuestro cariño y aprecio, pero ante todo, nuestro interés por su alma. Así que la visitamos todos los días. 21 días atrás, a esta fecha del 6 de mayo, 2007, recibí una llamada de un hermano vecino de Lila: “Doña Lila se quiere bautizar – me dijo”. Me sentí muy contento y acudí al llamado con otros hermanos para cumplir con la misión. Efectivamente, Lila Morales fue bautizada para el perdón de sus pecados. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo, porque ella ya no se movía para nada.

Quince días después de su conversión, realizamos un culto de agradecimiento en su casa, ella lo había pedido, y para esos días, recibió la visita de uno de sus hijos, quien vive en Estados Unidos. Ese fue uno de los cultos más llenos de gozo en el cual he participado. Lila estaba contenta.

El lunes siguiente al culto que realizamos, el mismo hermano que me llamó para bautizar a Lila, volvió a llamarme, pero esta vez para informarme que ella había muerto. Realmente no me sentí muy bien con la noticia, no por temor a la muerte, sino porque estábamos pidiendo al Señor el completo restablecimiento de esta mujer, así que me sentí confundido al entender que estaba pidiendo a Dios algo que él no quería hacer.

No obstante, ahora entiendo que los caminos de Dios son insondables, y no podemos cuestionar sus sabias decisiones. Llegué a la conclusión que el Dios nuestro, le preparó el camino a Lila paso a paso. El proceso inició cuando decidimos visitarla para orar por ella, y siguió su bautismo. Realizamos un culto de agradecimiento al Señor, y posterior a esto, murió.

Como parte de mi oración por Lila, estaba mi petición de su recuperación para testimonio a su familia y la conversión de sus parientes. Pero Dios tenía otros planes: Lila murió, y su madre, el domingo siguiente a su muerte, fue bautizada. Marta, hermana de Lila, inició sus visitas a la iglesia, y esperamos muy pronto su conversión. Ahora sé que Dios utilizó la muerte de la hermana Lila Morales como instrumento para la salvación de otras personas. Realmente los caminos de Dios son invisibles, porque, aunque no los vemos (no los comprendemos) vamos marchando por ellos, y al final de la carrera, son la ruta que nos llevará a la victoria final, para estar para siempre con el Señor.

Lila Morales, que nació en el municipio de El Salvador, partió de El Salvador para estar con su Salvador. Hasta pronto Lila.