9 may 2007

ALLÍ ESTÁ JESÚS...

El domingo 6 de mayo asistió a congregarse con nosotros Concepción Sequeira, una mujer joven de unos 30 años. Después de constantes invitaciones de una de nuestras hermanas, por fin decidió visitarnos. Pero concepción está enferma, y a ciencia cierta, ni ella misma sabe qué es lo que tiene.

El día martes 8 de mayo fuimos un grupo de hermanos a visitarla y orar por ella. En esta parte es donde me quiero confesar: traté de conocer un poco sobre ella, hablamos alrededor de una hora, y supe que estaba muy desanimada, y seguramente echándole la culpa al Señor de su situación. Para colmo de males, su esposo quedó sin trabajo hace una semana, y los problemas se han agudizado para esa familia. Sin embargo, sentí la convicción de orar con mucha confianza por ella. Un sentimiento especial me llenó antes de realizar la oración, fue un sentimiento de alegría, de confianza. Me sentí emocionado antes de iniciar esa oración por aquella mujer que reflejaba en sus ojos la desesperación de salir de la situación en que se encuentra de cualquier modo. Vi en su rostro que para ella, cualquier cosa es buena si puede restablecerse. Pero mis pensamientos van más allá de una simple estrategia para ganar adeptos: en ese momento puse los ojos en el todopoderoso, ese que “llama a las cosas que no son, como si fueran” Ro.4:17.


Le dije a Concepción que quería orar por ella, pero sentí la necesidad de arrodillarme y tomar sus manos. Lo hice, y pedí a los demás hermanos que hicieran un círculo y se tomaran de las manos para que juntos eleváramos esa plegaria. Mientras oraba, me estremecí. Sentí un profundo gozo por estar en ese momento intercediendo a Dios por esa mujer y por su esposo. Le pedía al Señor que la sanara, que le diera un buen trabajo a su marido, y que también sanaran sus almas. Como dios “llama a las cosas que no son, como si fueran”, es decir, hace que las cosas sean una realidad aunque no las estemos viendo, oramos bajo la convicción de la sanidad de Concepción.


Cuando salimos de ese hogar, un pensamiento vino a mí: hemos tenido muchos casos difíciles en nuestra congregación, ¿qué es lo que quiere enseñarnos el Señor? ¿Por qué pone en nuestro camino tantas personas llenas de necesidades y llenas de aflicciones? ¿Qué debemos hacer? Estoy persuadido de que Dios trabaja por medio de nosotros, pero quiere hacer de nosotros personas sensibles al dolor y al sufrimiento humano. En cada enfermo que visitamos, cuando ayudamos a alguien que está en necesidades, cuando visitamos al que está en la cárcel, cuando consolamos al abatido, cuando damos refugio al forastero, Jesús está allí. En la enfermedad de esa mujer, allí está Jesús. Y todas las veces que la visitemos y oremos por ella, allí estará Jesús, porque él conoce el sufrimiento que tiene, sabe que necesita una mano amiga, palabras de consuelo. Cada hombre, mujer, anciano o niño necesitado, ES JESÚS. En cada necesidad está Jesús.

Mientras escribo esta nota, tengo unos minutos de haber llegado de un hogar: una familia de nuestra iglesia está pasando problemas económicos, fui con otros hermanos a dejar algunos víveres. La hora no era conveniente, 8:00 PM. El lugar no era conveniente, un barrio catalogado como peligroso. Pero, ¿acaso podemos pasar de lejos por las necesidades? Los religiosos si lo hacen, por eso es que la religión es un veneno. El religioso encuentra reglas, razones para condenar, para posponer las obras que son demandadas por el prójimo. Los cristianos no, acudimos independientemente de las circunstancias y a costa de nuestro propio confort y seguridad para socorrer al que está atribulado.


Jesús habló sobre el juicio de las naciones y el argumento que utilizará para condenar o salvar será: “reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer;  tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento.  Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme. Mt.25:34-36. el argumento para desheredar a los impíos es el mismo, pero al contrario: no hicieron ninguna de estas cosas por los necesitados. Estos impíos, sin ninguna duda, eran personas religiosas, que dijeron al Señor, según el relato, que merecían estar con él, porque si lo hubieran visto personalmente en necesidades, lo hubieran ayudado, vs.44-46. Jesús termina cada argumentación también de la misma forma: Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron. En conclusión, según el Señor, seremos juzgados por el trato que demos a los demás.

Una de las razones por las cuales el rico de la historia de Jesús, (Lc.16:19-31) llegó a parar directamente al infierno, fue la indiferencia que éste tuvo con la necesidad de Lázaro. Los religiosos se preocupan más por las reglas y las normas que por el ser humano, como los protagonistas de la parábola del buen samaritano, el sacerdote y el levita, quienes pasaron de lejos ante la urgente necesidad de un hombre moribundo, Lc.11:25-37. Jesús confrontó a un joven rico, Mt.19:21, con su amor desmedido al dinero versus las necesidades de los pobres. Aunque era un gran religioso, Mt.19:20, por medio del reto, Jesús le demostró que realmente él amaba más sus riquezas que a Dios y su reino, porque Dios y su reino se manifiestan en la necesidad.


Cristo rompe con todas las normas religiosas y socorre al hombre de la mano tullida, Mr.3:1-6. Este relato aparece en los tres evangelios sinópticos, pero en el de Marcos se registra el enojo de Jesús contra los fariseos de ese entonces, y la pregunta que él les hace sobre hacer el bien o no pasando sobre las normas religiosas condena la actitud de aquellos hipócritas que esperaban recoger argumentos contra el Señor. Con la curación del hombre, el Señor demuestra lo que está adelante: la misericordia y no las reglas.


Conozco muchísimas iglesias que gastan miles de dólares en comida, en patrocinar viajes para grupos enteros gastando 30 mil, 40 mil, y más miles de dólares, o para embellecer sus edificios, cuando lo fundamental es la predicción y el socorrer al afligido. Muchos líderes de iglesias parecen haber olvidado lo más importante, e invierten muchísimo tiempo en reuniones para acusarse los unos a los otros o para descalificar a quienes no comulguen exactamente con sus interpretaciones de la Biblia. Si alzamos nuestros ojos al mundo religioso, sentiremos desesperación y deseos de gritar de angustia.


Pablo dice que no nos cansemos de hacer el bien, Gá.6:9. Incluso, clavado en la cruz, Jesús pensó primero en el que estaba crucificado junto a él, y en los que quedaban en el mundo: “de cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso… mujer he ahí tu hijo, eh ahí tu madre”. Lc.23:43; Jn.19:26,27.

¿Acaso el cristianismo verdadero es un conjunto de reglas, normas y doctrinas que ciegan al hombre frente a las demandas de las aflicciones humanas? ¿Es acaso fácil lo que nos propone el cristianismo verdadero sobre la entrega que debemos tener hacia los demás? No es fácil, pero es necesario. Cuesta, pero satisface cuando hemos socorrido al necesitado. No es fácil bañar a un anciano inmóvil; como tampoco es agradable dejar el confort del hogar para socorrer con víveres a altas horas de la noche a una familia entera que no tienen qué comer. Es triste ver cómo una persona agoniza ante las lágrimas de sus familiares. ¿Cómo podemos consolar a una madre que ha perdido a su hija después de muchos meses de aflicción? Necesitamos sentir un poco el dolor ajeno, orar por los que lloran, sentir las emociones del abandonado y el afligido, ser un poco como Jesús, que está en cada una de esas necesidades.


Al final de la historia mundial, de la humanidad, podremos escuchar la voz del compasivo eterno diciéndonos: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” Mt.25:40. Si alguien está enfermo, si alguien está con hambre, si tenemos la oportunidad de ayudar al que lo necesita, no dudemos ni un segundo en socorrer, porque allí está Jesús.